¿¿Quién vieneee?? preguntaba la TÃa Upe, cada vez que oÃa abrir la puerta de su casa, ubicada en uno de esos rincones de la Vera donde el tiempo parece que se ha detenido, algunos ahora llamados conjuntos histórico-artÃsticos, entramado de angostas callejuelas en el que el silencio permite escuchar el rumor de una fuente cercana y las campanas de la iglesia dando las horas.
SolÃa tener las sillas colocadas a la puerta, bajo un dintel de piedra con la inscripción “AVE MARIA†y rodeadas de macetas de anchas hojas verdes que discurrÃan a lo largo de la fachada. “Veleaile como has crecido†me decÃa cada vez que me veÃa hasta bien entrado en los 30, yo pasaba a la casa, en la planta de abajo, antes destinada al ganado, sobre todo en invierno para que diera calor a sus habitantes, me recibÃa una recia construcción en mamposterÃa de piedra vista con dinteles y marcos de granito en puerta y ventana, las paredes cubiertas de retratos antiguos… subÃa por la estrecha escalera de madera, los peldaños crujÃan quejumbrosos, me fijaba en las traviesas de madera incrustadas en las paredes de adobe, en las gruesas vigas de castaño de los artesonados, los coloridos suelos de mosaico hidráulico y al llegar a la planta superior, aún olÃa a secadero de pimientos y matanza, con la marca de fuego en las losas de barro, bajo un techado de teja árabe. Me encantaba asomarme a la solana, el balcón de madera tÃpico de la zona, desde el que se dominaba la plazuela y las calles aledañas en las que el agua corrÃa por los albañales.
“Remigio avÃate que nos vamos a la picotaâ€, le decÃa a mi tÃo y juntos paseaban hasta la plaza donde se juntaban con otros vecinos-familiares para charlar de la vida y lo acontecido en el dÃa… y asà pasaban felices los dÃas en la comarca…
